
Sus anteojos, testigos de cientos de victorias y cientos de derrotas, esta vez no lograron disimular el dolor expresado en sus ojos. Extraño en él, debido a que en su peregrinar en canchas parecía ya haber visto todo. Ese llanto, su llanto que se avecinó sin pausa desde que el árbitro decretó el final, fue más fuerte. Su boca, como casi siempre, estuvo cerrada: de todas maneras, en esta ocasión, no hacían falta palabras porque su cara ya decía lo suficiente. A paso lento, con el corazón herido, no dudó en acercarse a consolar a un chico que, pese a tener casi 50 años menos que él, también lloraba. Lloraron juntos. Esa imagen de Francisco Romano, o Romanito simplemente, conmovió. Romanito, que parece ya haber vivido todo en Almagro, todavía no vio a su camiseta amada en la cuarta categoría del fútbol argentino. Sus lágrimas, sus dignas lágrimas, merecen más respeto.
Juan Manuel Lopez (Socio Nº 3703)
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